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¡Hay Party! (gracias a la adversidad)

Actualizado: 6 dic 2018


Un día como hoy, hace un año, atravesé una de las situaciones más difíciles que me ha tocado vivir.  La enfermedad tocó a mi puerta (inesperadamente, como suele hacerlo) y me obligó a ir al quirófano.


Era una cirugía grande.  Mientras me preparaban para ir a sala de operaciones, pensaba en tres cosas. Primero, temblaba al recordar cuando el cirujano me recitó la lista de posibles complicaciones que podrían resultar del procedimiento.  Por ley, tenía que hacerlo.


Y en ese momento en que de por sí una está muerta de miedo, y a duras penas logra procesar lo que está a punto de enfrentar, a la mente se le ocurre "darle play" a las advertencias de aquella infame listita:  "puede haber pérdida de visión, de audición, de movimiento, de conocimiento, etcétera.. hasta la muerte."  ¡Imagínate!  ¡Tiembla cualquiera!  Pero la mente es así de traicionera a veces, quizás para obligarnos a activar el "survival mode" o modo de supervivencia innato que nos viene ya con esto de ser humano.

Pero esa no fue la única lucha.  Mientras me buscaban la vena y yo veía las estrellas con cada pinchazo, trataba de orar.  Soy una mujer cristiana, y desde luego que invoqué a Dios a medida que se acercaba el momento de entrar al quirófano.  Recité el Salmo 23, el 91, el 103 y el 121 sin parar.  Me faltaba el aire.  Trataba de aferrarme a mi fe, pero estaba demasiado tembluzca.  Ya sé, quizas te ríes pensando ¡que soy una cobarde!  Pero yo veía a aquella batería de médicos preparándose como para una batalla, y la verdad es que el miedo me traicionaba.  Cerré los ojos, y entre lágrimas, oraba.  Yo no sé ni qué decía, pero buscaba a Dios con las pocas fuerzas que el terror me permitía.

De repente escuché a alguien decir: "Okay, estamos listos", y les juro que comencé a gritar para mis adentros que no, que la que no estaba lista era yo.  Nadie me escuchó, desde luego, porque yo estaba muda del susto.  Cuando sentí que la camilla comenzó a moverse rumbo a sala de operaciones (yo ya iba mas p'allá que p'acá, gracias a la anestesia), me dije a mí misma: ¡Misma, ahora fue!  Y no me quedó otro remedio que dejarme llevar y esconderme en la gracia y voluntad de Dios.


Sinceramente, les cuento estas cosas y todavía tiemblo.  No estoy segura si es estrés post traumático o que, en efecto, soy cobarde y punto.  Lo cierto es que cuando uno tiene que pasar por un evento como ese, o peores y más complicados, la vida no vuelve a ser la misma ¡jamás!


Escribo estas memorias hoy, porque tengo mucho un par de cosas que decir del trayecto hacia la recuperación y al celebrar lo que esas cosas inesperadas e inexplicables que ocurren en nuestra vida nos enseñan.


Recientemente inicié este blog, con la intención de apoyar a muchas de ustedes, con quienes tengo lazos de amistad, familiares, laborales o en el camino de la Fe.  Escogí el nombre "Déjame Acompañarte" porque, ¿sabes qué?  A pesar de que hubo gente maravillosa, que de una forma u otra estuvo conmigo en el proceso, la realidad es que es inevitable sentirnos confundidas, ansiosas, preocupadas, que perdamos el sueño, y sobre todo: solas.


Yo sé que mi experiencia no es la única, ni última de este mundo.  Hay muchas de ustedes que batallan con asuntos todavía más complicados, y aún así tienen que hacer malabares en su día a día.  ¡Es más! ¡De ustedes debería aprender yo!  Lo que pasa es que muchas de nosotras nos reservamos las emociones producto de estas circunstancias, y es hora de que alguien nos diga que está bien hablarlas, que está bien buscar a alguien que nos acompañe en el proceso y, cuando menos, nos dé el espacio necesario para enfrentar nuestro duelo.


El duelo no es sólo cuando ocurre una muerte, sino es el sentimiento que produce la pérdida de algo muy querido y valorado.  Tal vez te ha pasado como a mí, que gente que nos aprecia nos repite hasta el cansancio que somos guerreras, que tenemos que ser fuertes, que no nos demos por vencidas, que sonríamos.  Una trata, de verdad, de que se ese positivismo nos entre por los poros.  Pero ¿cuándo irá la gente a aceptar que es normal sentir miedo?  ¿Cuándo nos van a dar el espacio y respetar que lloremos en ese duelo que nos llega con la enfermedad y con la pérdida?


Amigas, ¡no estamos hechas de cemento ni tampoco somos las más titanas!  Está bien temer y llorar; es normal tener días que no queremos levantar un papel del piso, tanto como las miles de ocasiones en que nos levantamos como Enriqueta y volteamos la casa limpiando o cuando nos queremos llevar al mundo por delante.


¡Ah! Y si eres una persona que cultiva una vida de Fe, ¡qué empeño de la gente de espetarte ese "tienes que confiar más en Dios"!  ¿Es en serio? ¿Acaso que las emociones afloren en medio de la adversidad es contrario a creer?  Si no fuera porque una echa mano de la Fe, muchas de nosotras no hubiéramos podido salir adelante.  Y antes de que peque de hipócrita, le doy margen a que alguna vez me haya acercado a decir esas mismas palabras a alguien, y en mi defensa ¿qué digo?  Que no es hasta que te pasa a ti que comprendes las luchas de una persona enferma.


En este tiempo de recuperación, he podido reflexionar mucho en cómo la adversidad  se convierte en "un frenazo" en la desbocada carrera de la vida para volvernos a hacer gente, para sensibilizarnos.

Y aunque el trayecto para llegar hasta aquí hoy, día de celebración, no ha sido un camino de rosas... "hay party".


No me puse los tacones altos, pero sí me pinté los labios adrede, para que todos noten mi sonrisa.  Estoy agradecida, de Dios y de aquellas personas que hicieron lo indecible por ayudarme (¡ustedes saben quiénes son!).  Y he querido compartir con ustedes, mis amigas, por qué celebro mi paso por la adversidad con una actitud de fiesta y lo que he aprendido en el proceso.


Quizás te identificas un poco con mi historia; o tal vez estás atravesando por una difícil situación.  Quiero que sepas que no estás sola, que tus temores y tus preguntas son naturales.  Te insisto en que está bien llorar, pero no vivir al amparo de la pena; que está bien temblar antes de entrar a la cita médica y pedir fuerzas al Altísimo, y luego mirarte al espejo del carro y arreglarte, para que nadie note tu congoja.  Es parte del proceso, amiga.


Te recuerdo que eres vulnerable y frágil, fuerte y determinada, y que así, con todas esas paradojas emocionales, cuentas conmigo si necesitas que te escuche y lloremos juntas.  No estás sola, no.  Aquí estoy yo, con cicatrices como las tuyas, para decirte: Déjame Acompañarte.



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