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Me pasó a mí: Cuando los hijos no nos llegan

La primera vez que abiertamente abordé el tema de que no voy a tener hijos fue por un artículo que publiqué aquí en mi Blog. Me sorprendieron las reacciones que provocó. Honestamente, pensaba que era la única con las emociones a flor de piel, que las demás mujeres en esa situación eran más fuertes y bravas, y que yo no era sino una tonta, llorona y sentimental.


Pero ¡claro! ¿Cómo no iba a pensar así, si nadie habla de los sinsabores de no poder tener hijos? Los mensajes valientes de algunas amigas y colegas me abrieron los ojos. Confesaron verse retratadas en mi escrito, conmovidas hasta las lágrimas por las amargas verdades de una maternidad trunca, verdades que ellas conocen muy bien.


Me decían que la interesante conversación que tuve con una planta de pimientos verdes trajo a memoria sus propios monólogos internos, producto de no haber encontrado cómo ni con quién hablar sobre su vientre vacío y corazón anhelante, realidades que duelen hasta lo profundo del alma. Tropezarse con ellas mismas en esa lectura, de alguna manera las hizo sentir acompañadas, comprendidas y sobre todo, tan mujeres como cualquier otra, aún cuando los hijos no nos llegan.


Así fue como decidí buscar una oportunidad para contar algunas de sus historias. Debo comenzar por mi caso y dejar saber que no es que no puedo tener hijos, sino que no debo. Tomo medicamentos que afectarían el desarrollo de un bebé en mis entrañas. También está el hecho de que se me hizo tarde para ponerle el encargo a la cigüeña, un poco producto del camino que escogí y otro poco, del que me tocó.


Pero como les dije, no soy la única que pasa por ese trago amargo. Tres valientes amigas me compartieron sus experiencias, capítulos íntimos y sensibles de sus vidas, para traerlos a ustedes. Mi deseo es propiciar un diálogo reflexivo, de sanidad interior y perspectiva de lo que a veces representa no tener hijos en el 2019.


La historia de Ingemar

"Desde chiquita, yo siempre deseaba ser mamá". Así establece de buenas a primeras Ingemar el instinto maternal que la sobrecogía a una edad en que apenas podía entenderlo.


Ese era uno de sus muchos sueños. Creció, estudió, se hizo una profesional y como cualquier otra mujer de este tiempo, Ingemar Ríos Hernández se concentró en obtener un buen trabajo y en hacerlo bien.


Los años fueron pasando, mientras ella escalaba peldaños profesionales y de vida. Ese deseo maternal seguía latente, y por fin salió a flor de piel cuando se casó.


Ingemar es una mujer coqueta, con un gran sentido del humor, dedicada, buena amiga, con todas las cualidades del mundo para ser una extraordinaria mamá. Cuando ella y su esposo entendieron que era el momento adecuado, comenzaron los intentos de embarazarse. Mucho trataban, pero la buena noticia no llegaba. Lo que en los primeros días era una experiencia llena de ilusiones, poco a poco se fue tornando en un asunto de ansiedad y estrés para la joven pareja.


Su esposo daba por sentado que la dificultad no venía de parte de él, porque ya él era papá de una adolescente. Por eso las conversaciones sobre el tema de un bebé siempre se resumían en que Ingemar debía chequearse, pues a fin de cuentas estaba bajo un tratamiento de tiroides.


Tuvo miedo de que un examen médico decretara que no podría llevar una criatura en su vientre, al punto en que le sobraban las lágrimas, las preguntas a Dios y el coraje. Es una decepción que de repente arropa y que no importa dónde estés, hace que mires con recelo a otras mujeres que tienen hijos y defiendas ante Dios y ante uno misma, las ganas legítimas de tener un pequeño para darle todo lo bueno que se merece. Provoca también que uno grite de rabia cuando ve noticias de pequeños maltratados o abandonados, exacerbando ese indescriptible sentido de injusticia de que una negligente no valore el regalo que es un niño.


A pesar del temor, Ingemar se sometió a varias pruebas y los resultados indicaron que, a pesar de su tratamiento tiroidal, todo estaba bien con ella: las hormonas, su salud, todo. Entonces, ¿cuál era el problema? Un nuevo capítulo de ansiedad y tensión matrimonial se desató. Por si fuera poco para su estado emocional, varias mujeres cercanas a ella anunciaron sus embarazos. Fue un período que mejor puede describirse como llevar un pesado bloque en el pecho.


Convencer a su esposo de que se hiciera un chequeo no fue tan fácil. No se le puede culpar, porque como él, la mayoría de los hombres no visualizan la posibilidad de que haya algún problema con su capacidad de procrear, especialmente si ya tienen hijos. Cuando por fin accedió, el resultado los dejó en shock. Efectivamente, era él quien tenía una dificultad de salud que impedía la concepción de un bebé. Lo bueno era que se podía corregir, así que se sometió a dos cirugías. Sin embargo, los resultados no fueron los mejores y en definitiva, las posibilidades de tener un bebé de forma natural se redujeron por mucho.

Ingemar Ríos y su esposo Albert Villanueva en un viaje reciente a Estados Unidos.

Fue un momento determinante para Ingemar y su esposo. ¿Qué hacer ante estas noticias? La solución parece fácil, pero había que estar en sus zapatos. Tomó paciencia, abrazos, te quieros y largas conversaciones para recobrar ánimos y orientarse sobre otras opciones disponibles para lograr ese sueño de tener un bebé.


Consideraron tanto la fertilidad "In Vitro" como la adopción. La realidad es que todo cuesta: los tratamientos, dinero; la adopción, paciencia y espera. A fin de cuentas, se decidieron por la adopción. Actualmente, ya tienen aprobada toda la documentación y procesos necesarios, y están tan sólo a una llamada telefónica de distancia del extraordinario anuncio que un niño los espera para que sean sus papás.



La experiencia de Lymari

Lymari Vélez Sepúveda es una dinámica periodista. Igual que Ingemar, desde pequeña soñaba con ser madre y nunca abandonó ese deseo, sino que lo pospuso mientras se abría paso en una carrera de alta demanda. En ese tiempo, su novio, quien también tenía una carrera muy comprometida, comprendió perfectamente que a veces hay que esperar un poco para tener familia. Se concentraron en establecer sus carreras en medio de tanta competencia laboral.


Una vez dados esos importantes pasos, llegó el momento de casarse, estabilizarse como matrimonio y luego hacer posible la llegada de ese anhelado bebé. La naturaleza recompensó la espera bien pensada, pues al poco tiempo de empezar a intentarlo, Lymari descubrió que estaba embarazada. La felicidad se le notaba a leguas, pero fue discreta con la noticia, asegurándose que esas primeras semanas tan delicadas para su pequeño pedacito de cielo pasaran sin problemas. Pero un día, un leve sangrado lo cambió todo. Y aunque tomaron medidas para salvar a su muy pequeñito bebé, no pudo ser.


Desde luego, fue un golpe demasiado duro para la pareja. Fueron momentos tristes, tensos, difíciles, de demasiadas preguntas a Dios y a la vida, y de pocas respuestas que calmaran sus corazones deseosos de empezar su propia familia.


Periodista al fin, Lymari investigó y se informó de todos los cuidados habidos y por haber para volver a intentarlo cuando fuera el momento justo. Hizo su parte en cuanto a salud, hábitos de vida, finanzas y acudió junto a su esposo a varios profesionales médicos para tratar nuevamente, esta vez con mayores precauciones, ya que Lymari estaba pronta a cumplir sus 40 años. La realidad de un embarazo de alto riesgo la aterraba, pero su deseo de ser mamá era más fuerte. Fue cuando, junto a su esposo, decidió intentar e invertir en un embarazo por inseminación artificial.


Llevó varios intentos, que al cabo de los meses no daban resultados. La frustración y el miedo a tener que renunciar a ese deseo de llevar un hijo en su vientre y en sus brazos, provocaron muchas noches de lágrimas y sin dormir. A eso se le sumó el riesgo de un embarazo múltiple, que parecería el mejor escenario para quien anhela ser madre. Pero por factores de salud y edad, eso ponía a Lymari y a sus posibles bebés en una situación delicada. Así que desistió del tratamiento que ya había comenzado.


Pero esa adversidad fue, precisamente, la que unió más a la pareja. Buscando otras alternativas, llegó a donde un especialista en fertilidad, que les ayudó con un "empujoncito" por medio de una hormona. Fue así, casi sin explicárselo, como descubrieron que ya los tratamientos no eran necesarios, porque de forma natural habían logrado concebir.

Lymari Vélez, junto a su esposo Carlos, y el protagonista de sus alegrías: el pequeño Sebastián.

Lymari calló su embarazo una vez más, hasta que su pancita se hizo evidente. Tomó todas las precauciones posibles, con celoso cuidado, para que su embarazo llegara a término sin problemas. Casi al final de su gestación fue necesario pasar un tiempo acostada, es verdad, pero bien valió el esfuerzo. Hoy la alegría que se vive en su casa no tiene cómo explicarse con palabras, sino con esa gran sonrisa que se le dibuja al pensar en los piecitos, las manitas y las travesuras de su pequeño sol, Sebastián.


Pero si le preguntas sobre su experiencia, Lymari te dirá que es mamá de dos bebés. Su hermoso gordito de un año y poco más, pero también de un angelito que habita en el cielo y en su corazón. Esa es su verdad, y así ella se siente.


Las vivencias de Olga Gisela

Olga Gisela López, junto a su querendón, el gato Randy.

Olga Gisela es una mujer guapa, con porte y reservada. Amante de la naturaleza y los animales (especialmente los gatos), se disfruta un buen vino, los libros, el cine y la cultura coreana. Es bibliotecaria de profesión y vocación, y como ocurrió con Ingemar y Lymari, siempre quiso ser madre. Y mientras eso se daba, dedicó sus años más jóvenes a trabajar y a disfrutarse la carrera que ama y la llena. Habrá tenido sus enamorados en el camino, pero el que la cautivó le llegó a finales de sus 30 años.


Fue una amistad que terminó en amor, como a muchos les ha pasado. Y cuando estaban en esa etapa tan linda de decidir los próximos pasos en su relación, su entonces pareja le hizo claro que él no quería hijos. Tal decisión la dejó pasmada; nunca se había topado con un hombre que le dijera algo así... y escucharlo le dolió en el corazón y en su deseo de toda la vida de ser madre.


Pero pensó que tal vez con el tiempo, y al ver que su relación se hacía más seria, más profunda y más intensa, su pareja tal vez cambiaría de parecer. Para su sorpresa, la negativa de tener hijos fue una constante durante los más de 10 años que pasaron juntos. ¿Que si trataron? Lo intentaron en su momento, sí, pero nunca se dio.


Por otros causales, esa relación terminó. El siguió su camino, Olga el de ella. Le pregunté cómo fue la experiencia de enfrentar que su deseo maternal no se cumpliera, y me contó con serenidad que se llora esa pena, no un día ni dos, sino el tiempo necesario, y que poco a poco ese llanto se convierte en aceptación y es cuando inicia el lento proceso de superarlo todo. No han sido meses, me dijo, sino varios años, y no es hasta recientemente que esa parte de su vida ha sanado y hoy puede sentirse una mujer plena.


La presión social de no tener hijos

Era necesario preguntarle a estas tres amigas si alguna vez sintieron presión social o familiar en torno a tener hijos y todas me dijeron que sí, aunque en diferente escala. Para Olga y Lymari, la experiencia no pasaba de algún curioso, que esporádicamente les preguntara al respecto. Pero para Ingemar, fue otra cosa.


"Hay muchas presiones, uno se pone muchas presiones. Tú vas a un médico y te hablan de la edad, es un tumulto de muchas cosas..." indicó Ingemar.


Ella se refería a comentarios como: "¿qué estás esperando?" "los hijos no se pueden tener después de cierta edad" y uno de los que más revienta la tolerancia: "se te esta yendo el avión". Tristemente, detrás de estos misiles emocionales, lo que hay son otras mujeres.


Es una mezcla de vergüenza y tabú, diría yo. Miedos que se reciclan detrás de una alta expectativa social, asumiendo que todas las mujeres tenemos que alcanzar con gracia buenos estudios, puestos de trabajo y sueldos, y simultáneamente ser bellas, conseguir un marido, llevar una casa y tener hijos. No es que no podamos, simplemente esa ecuación a la que nos enseñan a aspirar no siempre es perfecta. Y cuando preguntan con insistencia -y en ocasiones, una pizca de prejuicio- por el elemento que nos falta, en vez de una respuesta, sentimos que lo que esperan es una disculpa por no haber llegado a ese nivel de éxito.


"¿Crees que a veces la capacidad de tener hijos se usa como un arma de poder?", le pregunté. Ingemar me respondió con un sí contundente.


"Cuando yo me casé y empezamos a tratar y se estaba haciendo bien difícil, uno a veces siente que deja de ser mujer por comentarios de una persona que puede ser cruel. Necesitamos empatía, tenemos aprender a vernos no como competencia, que por el hecho de tener hijos, tener un buen salario o un buen cuerpo, eso no te pone por encima de otra mujer", me dice.


Y pone, de forma sincera y en justa perspectiva, especialmente aún dentro del Mes de la Mujer, un aspecto bien importante:

"Somos un grupo de mujeres que hemos luchado toda la vida por sobresalir, por obtener derechos. Pero si nos dividimos y nos tiramos entre nosotras mismas, todas nuestras luchas van a quedar ahí, no vamos a adelantar."

¿Y ahora qué?

La realidad es la que es, amigas. Unas pueden, otras no. Y cuando una descubre que ser mamá no es una vivencia que va a experimentar, los sentimientos son como de duelo, como la pérdida de un ser bien querido. Y la parte en que de alguna manera debemos mejorar es en el acompañamiento serio, adecuado y sincero.

"Yo me sentí sola, porque en mi familia todos tienen hijos... y uno dice: ¿a quién yo voy a recurrir, que a lo mejor me entienda y se ponga en mi posición?", recuerda Ingemar. "Porque, aunque nosotros entramos en el proceso para adoptar, el dolor se queda."

Y yo coincido. Hacen falta grupos de apoyo para esta situación de vida, que no es sólo mía y de mis tres amigas. Quizás en las iglesias, o a través de terapias grupales... pero no hay que reinventar la rueda. El mejor apoyo viene de la gente que nos quiere de verdad, de las mujeres de nuestras propias familias y nuestras amigas, para que nos dejen llorar en su hombro mientras nos abrazan. No hace falta que nos pregunten lo que a todas luces ya se ve. Lo que necesitamos es que nos aprieten la mano solidariamente, para saber que no estamos solas... y que también tomen la mano de nuestras parejas, pues también pasan sus tormentas en el proceso.


Es cierto, nosotras también tenemos que poner de nuestra parte. El mundo no se acaba, la maternidad no es lo único que nos define como mujeres. Pero es bien difícil, al escuchar sus experiencias de pañales, historias jocosas y cuentos de las largas noches de insomnio maternal, evitar que se traduzcan en una bofetada a las ganas de tener al menos un minúsculo testimonio qué aportar a la conversación.


Una ve sus rostros llenos de felicidad y cansancio, y se da cuenta que todas hemos soñado con lo mismo desde siempre, y no hay razones suficientes que convenzan a nuestras matrices y la esencia misma de ser mujer de que no se puede o no se pudo.


No hay resentimientos, ni celos mis amigas. Es que bregar con el vientre y los brazos vacíos, cuando cada hormona y neurona del cuerpo te reclama que es hora, ¡que es hora! y uno nada tiene para defender la realidad que nos ha tocado, es simplemente desolador. Quizás a las que han tenido hijos les parecerá que exagero, pero las que no tienen me entienden mejor.


¿Saben por qué nos hace ilusión tener un bebé? Porque nos sobra el amor, pero también porque deseamos genuinamente poder hacer de éste un mundo más feliz. Lo intentamos con nuestros sobrinos, ahijados, nietos postizos, con los niños de todos nuestros amigos. Pero siempre se nos quedan las ganas de hacerlo también con un pequeñito que carguemos en nuestro interior.


"Yo lo que quiero es un bebé que me dé la oportunidad de crear un ser humano para un futuro mucho mejor de lo que yo puedo ser. Un bebé me trae ilusión, alegría, la esperanza de que yo puedo aportar algo...", resume Ingemar.


Y en eso estamos todas. Deseosas de aportar sin que se nos pregunte, juzgue o se nos tenga en menos por cosas que no podemos cambiar. Pero también llenas de ganas de que seamos más compañeras, no sólo en las luchas y consignas reclamando derechos y justicia, sino también entre pañales y cuando los hijos no nos llegan.




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