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Mujeres que inspiran: Zulemy Enid y la vida antes y después del cáncer

Actualizado: 18 feb 2019

Todo va bien. ¡Más que bien! De esos momentos de plenitud de vida, en que miras alrededor con satisfacción porque todos tus esfuerzos han rendido frutos y sobreabundan las cosas buenas para ti y para quienes amas. Y de repente... ¡cataplum! Surge lo inesperado, lo que nunca viste venir, que te dejó sin aire y sin palabras.


Creo que muchas de nosotras hemos pasado por eso. Pero hay personas para quienes los eventos difíciles se prolongan demasiado, tomando rumbos que prueban al máximo su espíritu y su Fe. Así, a vuelo de pájaro, podría resumirse un período de vida de Zulemy Enid Cabrera. Pero antes de entrar en los días difíciles, quiero que sepan quién es ella.

Cuando la conocí, me deslumbró. Tiene una personalidad encantadora, como un imán, que alegra a cualquiera. Es frecuente que cuando se te acerca, te contagie con su sonrisa, aunque sólo te haya pedido prestado un bolígrafo.


Zulemy nunca pasa desapercibida. Además de su personalidad y ese estilo personal que la caracteriza (¡le fascinan las pulseras, collares, pantallas, maquillaje y las gangarrias!), es esa sonrisa que vale millones la que te desarma. Eso y su positivismo. Y su energía. Y su risa. En fin, que es una mujer con una forma de ser increíble, que te cae bien de buenas a primeras, y te dan ganas de compartir con ella cuantas más veces puedas.


En ese tiempo yo estaba iniciando una nueva etapa laboral, dirigiendo una oficina de comunicaciones en una agencia gubernamental. Ella era colega mía allí y nos veíamos con frecuencia. Siempre, siempre, siempre la vi con esa sonrisa espectacular. Se notaba que era feliz, con su trabajo y con sus logros, y con poder ayudar a la gente.


Es trabajadora social de profesión y no pudo haber escogido mejor carrera, porque cada vida con quien ha tenido contacto, siempre ha recibido el mejor trato, servicio y respeto al que una persona pueda aspirar.


Al cabo del tiempo, yo proseguí hacia otros retos profesionales, ella a los suyos, y siempre quedó en mi recuerdo su sonrisa y su calor humano. Nos saludábamos de vez en cuando a través de las redes sociales, y fue allí que supe que libró una batalla contra un inoportuno y temible cáncer del seno.


Seguí discretamente su proceso, orando por su recuperación. Dios hizo una obra poderosa en ella, pero yo no sabía de sus luchas personales antes y después del cáncer. Siempre la consideré una mujer que inspira, pero después que me contó sus vivencias, ahora la admiro aún mucho más. Esta es su historia.


El 2009 marcó un período particularmente doloroso para Zulemy. La tristeza que produjo el fallecimiento de su hermana fue pasándole factura en su estado emocional. Su carácter positivo fue arropado por esa gran pena, que con el tiempo, admite ella, se tornó en depresión.


"Esa tristeza me llevó a descuidarme, a no ir a mi chequeo rutinario con mi ginecólogo. Así que cuando tomé la decisión de ir a ver a mi médico en el 2014, me mandó a hacer una mamografía. A partir de ahí, todo cambió", me contó cuando hablamos recientemente.


Y es que lo que parecía una revisión rutinaria de salud, se convirtió en una de las peores noticias que jamás imaginó. Recibió la inesperada llamada de que tenía que recoger los resultados de su mamografía personalmente, porque precisaban hablar con ella. "Te podrás imaginar", fue como resumió la vorágine de temores y emociones que se desataron tras esa llamada.


Cuando los médicos hacen ese acercamiento es porque sospechan que algo raro hay en el cuerpo, así que la orientaron para que se hiciera una biopsia. Se puso manos a la obra, sin tomarse una pausa para procesar la noticia, entendiendo que había que actuar cuanto antes. Y también, aunque estaba aterrada, para enfrentar el posible diagnóstico que ella conocía de primera mano, porque su mamá había padecido cáncer de mama, a una edad similar.


Aunque su progenitora era la persona perfecta para alentarla en este mar de emociones y miedos recién descubiertos, estaba muy enferma. Zulemy prefirió enfrentar de una forma reservada la primera parte de su proceso. Sólo un selecto grupo de amigos y colegas sabían de su batalla.


Llegado el momento, acudió a la lectura del estudio. El resultado fue demoledor. De ahí comenzaron las conversaciones sobre la magnitud de la lesión (cáncer tipo 4) en su seno y el tratamiento a seguir, que consistía en una lumpectomía (eventualmente vendrían las quimio y radioterapias).


Procedió con la cirugía, muy delicada y compleja, en la que se extrae todo el tejido afectado. Adolorida por el procedimiento, la revisan, y el médico le anuncia que no logró remover todas las células malignas, por lo que se requería una segunda intervención. Una noticia que, una vez más, hacía que el cielo se le desplomara.


Hasta este momento, Zulemy contaba con un hombre especial, con quien se había comprometido incluso, y de quien estaba enamorada. Pero un viernes, a sólo días de la segunda operación, el rumbo de esa relación cambió. Su pareja, sin explicaciones, dio los primeros pasos para desvincularse de todo, y aunque se le desgarraba el alma, Zulemy entendió que la próxima etapa de su salud debía enfrentarla sin él.


De esos momentos que fueron como bálsamo para Zulemy Enid, aquí junto a su mamá.

Su mamá sufría de Alzheimer, pero aún dentro de su condición, tuvo momentos lúcidos en los que acudió a ver a Zulemy. Y en medio de todo ese proceso, cuando más la necesitaba, su mamá murió. Inexplicablemente se le sumaban tristezas, las mismas que no necesitaba en su trayecto hacia la recuperación.


Aún así, esta mujer siguió adelante, a pesar de que en muchas ocasiones le faltaban las fuerzas. Puntualizó que, en lo que estuvo en sus manos, evitó faltar al trabajo. Allí encontraba, entre sus amigos y compañeros, el arrullo y el consejo que le faltaron de las dos mujeres más importantes en su vida y que ya no estaban. Encontraba el cariño que se esfumó el día que su pareja cerró la puerta para ya no volver. Halló el hilo conector entre su adversidad y cómo superarla por medio de la Fe. Pero lo más importante que Zulemy descubrió, no fue ni en la oficina ni en la consulta médica, sino bajo su propio techo, en su propia casa.


Zulemy tiene un solo hijo. Lo cataloga como su maestro en la historia de su vida. No hace falta que una madre explique el amor que le une a su retoño, pero en el caso de Jan y por lo que me cuenta, la verdad es que hay que quitarse el sombrero.


Cuando la noticia del cáncer por primera vez se pronunció en su hogar, Jan era un muchacho universitario. "Todo va a estar bien, mami", fueron las palabras contundentes y de fortaleza que le dió, tan pronto escuchó el diagnóstico.


Ahogando un poco su llanto emotivo al recordar ese momento, me aseguró que durante los largos meses de batalla contra la enfermedad, su hijo asumió la responsabilidad del hogar y de sus cuidados, tomando la batuta en el momento más difícil que tuvieron que enfrentar como familia.

"Mi hijo se mantuvo todo el tiempo de mi proceso dándome una fortaleza increíble", me dijo orgullosa. Con cada traspié, fuera por salud o por la pérdida de las personas importantes a su alrededor, su hijo se creció en su rol de acompañamiento.

"Me ha dado muchas lecciones", y no exagera. Esta fue la conversación que tuvieron el día que Zulemy, con una tempestad de temores y desilusiones, cerró el capítulo de quien fue su pareja durante una parte de su enfermedad:

"Mami ¿sabes cuál es el problema? Que tienes que empezar a amarte a ti antes de amar a cualquier otra persona. Cuando empieces a amarte a ti primero que nada, muchas cosas van a cambiar."

Nadie hubiera pensado, incluso la misma Zulemy, que detrás del positivismo, chispa de vida y sonrisa espectacular que la caracterizan, había una mujer que necesitaba evaluar esos conceptos.


Reflexionando sobre el aplomo y madurez de su hijo al hacerle semejante observación, me confiesa: "esas palabras me retumbaron, fue como una cachetada de realidad, porque yo siempre había tratado de no estar sola, de buscar a un compañero que me hiciera feliz... yo tenía esta idea de que si yo tenía un compañero (una pareja), era la manera en que yo podía sentirme completa."


Hace una minúscula pausa para afirmar: "Pero yo no sabía siquiera como iba a ser capaz de lograr eso."

Ahora libre de cáncer, Zulemy disfruta de visitar a su hijo, quien ahora reside en Nueva York.

No fue necesario saberlo, porque, una vez más, su hijo Jan se convirtió en su brújula. Todo cambió en su casa, asumiendo él las riendas en función de cómo ella se sintiera. ¿Era la hora de la cena? Se resolvía con preguntarle: "Mami ¿cómo te sientes? ¿Quieres cocinar, o que compre comida o que yo cocine?". Lo que ella quisiera, eso se hacía. Y mientras descansaba después de una quimioterapia o de un día de trabajo, los detalles de la casa eran cuidados por aquél caballero, quien aunque con pocos años, le demostró que todo lo que necesitaba para estar bien lo tenía junto a ella.


Aunque gente puntual se fue de la vida de Zulemy (en distintas circunstancias), Dios usó la experiencia para fortalecer el vínculo con su hijo. El joven se convirtió en esa ayuda vital para rescatarse a sí misma y que hoy, habiendo superado dos años intensos y duros, pueda mirar la vida y el futuro desde otra perspectiva.


Para entonces, verse sin cabello ya no era el fin del mundo; ya los suaves trazos que dejaron las muchas lágrimas sobre sus mejillas se habían secado. La sonrisa resurgió, una vez más pintada con el lipstick rojo que tanto le gusta. Poco a poco la mujer segura de sí misma volvía a hacer su entrada, pero ahora con un nuevo aire.


Y aunque Jan abrió sus alas para ir tras sus sueños lejos del terruño borincano, Zulemy Enid lo asumió con otra actitud, esa que se produjo al haber sanado no sólo el cuerpo, sino también el alma. Ya no era una pérdida, aunque hubiera un oceáno de distancia entre ambos. Ahora era una ganancia, más allá de las latitudes.


Pero no fue el único aspecto positivo que trajeron las difíciles pruebas en la vida de esta valiente mujer.

"Mi Fe en Dios se fortaleció muchísimo más en todo este proceso. Yo siempre he pensado que las cosas pasan porque Dios tiene un plan perfecto con todo, y permite que sucedan".

Y me enfatiza que el aprendizaje más revolucionario que obtuvo fue "descubrir todo de lo que uno es capaz". Me admite que la lista de prioridades cambia, y que aunque le sobra la vocación de ayudar y servir a los demás, eso no implica que lo personal va en último lugar.


"Como mi hijo me decía, yo aprendí a amarme, a aceptarme; aprendí que la vida es tan y tan valiosa, y el cáncer me ayudó a entender que todo es tan impredecible, que hay que aprovechar cada minuto."

También me dice: "yo a veces me miro y es como si no me conociera: cosas que antes me pudieran incomodar o molestar, pues ya no. Y sobre todo, a qué yo acepto y no acepto en mi vida. Eso ya yo lo tengo muy claro."

Además, su experiencia la motiva a estar bien activa y respaldando todo esfuerzo de prevención de cáncer del seno, testimonio de que aunque fue un momento oscuro en su vida, ha sabido tomar las lecciones como oportunidades de crecimiento y para seguir su vocación de ayudar a otros.


Mirando en retrospectiva, su vida "antes y después del cáncer" me la resume así: "yo me siento que estoy viviendo", y no sólo con nueva salud, sino con más propósito y conciencia de quién es, de dónde ha venido, pero sobre todo a dónde va y quiere llegar.


¡Enhorabuena, Zulemy Enid!


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